
lunes, 20 de mayo de 2024
EL PENSAMIENTO POLÍTICO DE HANNAH ARENDT
Hannah Arendt nació en Hanover, Alemania, en el año 1906. Discípula de Heidegger y de Jaspers, fue una de las pensadoras más influyentes del siglo XX. Dividió su actividad intelectual entre la filosofía y la teoría política. Ha escrito varias obras que han devenido fundamentales sobre el poder, la autoridad y el totalitarismo, y ha sido docente en las universidades de Berkeley, Princeton, Columbia y Chicago, además de ejercer el periodismo. Sus principales preocupaciones filosóficas son los mecanismos de surgimiento del totalitarismo, el antisemitismo como expresión moderna de la transferencia del chivo expiatorio y la obediencia acrítica a la autoridad como apoyo necesario al ejercicio del mal. Falleció en Nueva York en 1975.
El totalitarismo es un doctrina política en la que se defiende el absolutismo estatal y su poder total y absoluto sobre cualquier aspecto de la vida y de las libertades ciudadanas. El sistema opuesto al totalitarismo es la democracia, cuyos principios característicos son la soberanía popular y la división de poderes.
Una democracia pide un espacio político en el que el poder no sea violencia, sino acción concertada. El poder es, así, la coacción no violenta gracias a la cual se imponen las ideas reguladas por un elemento institucional reconocido. Por tanto, hay que restablecer un espacio público que asegure la relación adecuada entre lo privado y lo público, garantice la igualdad política de todos, así como los derechos civiles, los derechos de las minorías y de los refugiados, y el derecho a disentir. Para ello tendrá que favorecer los debates, la asociación de los ciudadanos y toda forma de acción en común. En definitiva, Arendt defiende un valor esencial en el ser humano: la vida activa.
El trabajo de Arendt sobre el totalitarismo le lleva a analizar ejemplos recientes de este fenómeno, como el nacionalsocialismo y el régimen comunista soviético, configuraciones políticas que surgen en el primer tercio del siglo XX y que carecen de antecedentes históricos. Ambos se presentan como movimientos de masas que explotan la frustración y el resentimiento de quienes se sienten aislados y marginados de la sociedad. El movimiento totalitario ofrece a estas personas dominadas por el miedo un sentido de pertenencia y un lugar en el mundo, a cambio de una obediencia ciega y lealtad incuestionable a su líder.
Para extender su dominación, los movimientos totalitarios hacen uso de la propaganda y del terror. Las afirmaciones propagandísticas, repetidas una y otra vez, se presentan como verdades indudables, aunque en realidad proclamen ideas absurdas.
Para Arendt existen dos recursos que fundamentan el discurso totalitario: la ley de la Naturaleza y la ley de la historia. Son leyes del movimiento que rigen los gobiernos totalitarios. La ley de la naturaleza, en la que se basa el nazismo, tiene su fundamento en el concepto de raza, es decir, que hay ciertas razas incapaces y parasitarias y otras capaces y beneficiosas. La ley de la historia, en la que se basa el comunismo, tiene su fundamento en el concepto de lucha de clases, que determina el ascenso de una clase, el proletariado, frente a otra decadente, la burguesía. En la ideología totalitaria ambas leyes sustituyen al derecho natural tradicional y sobre todo a las leyes positivas que se asientan en él, de modo que desaparece todo factor de estabilidad a favor de un movimiento permanente en el que deben desaparecer ciertos individuos, razas o clases perjudiciales. La teoría darwinista de la selección natural de las especies es el fundamento último de la ideología racista nazi, mientras que la doctrina marxista de la evolución de las sociedades es la base del totalitarismo comunista.
Según señala Arendt, «los movimientos totalitarios son organizaciones masivas de individuos atomizados y aislados». Estos movimientos totalitarios han generado un nuevo tipo de ser humano: el individuo aislado, fácilmente manipulable y que conforma las masas, desposeído de sus derechos y aislado de la comunidad política a la que pertenecía. Por ello, el hombre-masa se caracteriza por su falta de relaciones sociales y su aislamiento; el fanatismo y la devoción al líder son formas de intentar huir de ese sentimiento de soledad. La persecución de los enemigos del régimen alimenta un sistema represivo en el que toda la población vive bajo amenaza del terror. El control por parte del Estado en todas las esferas, incluido el ámbito privado, crea un ambiente de inseguridad y desconfianza permanente. Además, hacen uso de los campos de concentración para fomentar el terror entre la población.
Debe establecerse una distinción entre el mal radical y el mal banal. El mal radical es aquél mal que se da cuando uno es consciente de que sus acciones dañarán a los demás, y a pesar de haber pensado y deliberado sobre ello no le importa (o incluso le complace). Es un mal asumido voluntariamente y con pleno conocimiento, y no es perdonable, ya que escapa a los parámetros de arrepentimiento y compunción. Frente a ello, el mal banal se da cuando la persona no reflexiona sobre el acto a realizar ni sus consecuencias, lo que ocurre cuando determinadas acciones dejan de ser pensadas como acciones valorables moralmente y se consideran actos cotidianos, normalizados, sobre los cuales el sujeto se niega a reflexionar huyendo de auto-cuestionarse. Para Arendt, paradigma de esta banalidad del mal es Adolf Eichmann, alto cargo de la SS nazi y partícipe de la solución final, que solo juzga sus actos desde la eficacia productiva y no moralmente.
El totalitarismo es una ideología que quiere, mediante el terror, eliminar la pluralidad y por ello promueve el aislamiento y la soledad: la destrucción de la esfera política de la vida humana y la desaparición de la vida privada. En definitiva, lograr el poder total e ilimitado, transformando a los seres humanos para que abandonen por completo su capacidad de pensar, su aspiración de libertad y su sentimiento de solidaridad con los demás.
Raúl Hernández Montaño
(Fuente: https://eltallerdefilosofia.blogspot.com/)
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