miércoles, 9 de febrero de 2022

EL CONOCIMIENTO EN DESCARTES

Descartes es el máximo representante del racionalismo europeo del Siglo XVII. Su pensamiento es una incesante indagación en busca de la certeza que parecía negada a la filosofía, campo de opiniones contrapuestas donde ningún criterio de verdad parecía servir para discriminar el acierto del error. Frente a esa caótica situación, el pensador francés pretende convertir a la filosofía en un saber riguroso, definido por los elementos con los que la epistemología -ya en su época- concibe cada ciencia: objeto y método. De su preocupación metodológica da fe el título de su obra más conocida, el “Discurso del método” (1637). En ella extrapola a la filosofía las reglas o preceptos, extraídos de la lógica, la geometría y el análisis matemático, cuya aplicación ha tenido como fruto la fiabilidad y el rigor de dichos saberes. Estas reglas son: 1) no admitir como verdadero ningún enunciado cuya verdad no sea evidente; 2) dividir cada dificultad en las partes necesarias para su resolución; 3) razonar ordenadamente, procediendo de lo simple a lo complejo; y 4) revisar y comprobar todos los pasos para descartar errores.

En aplicación del primer precepto del método, Descartes busca un punto de partida obvio, una idea clara y distinta. El modo de hallarlo es la aplicación sistemática de la duda. Es el propio hecho del pensamiento, cuyo sujeto es el “yo”, el que se revela en ese proceso como una evidencia absoluta. La proposición “Cogito, ergo sum” (Pienso, luego existo) va a ser el fundamento de su filosofía.

El “yo” que revela el “cogito” es presentado como una substancia cuya esencia es el pensamiento. Sus ideas son clasificadas por Descartes en adventicias (provenientes de una hipotética experiencia externa), ficticias (imaginarias) e innatas. De entre estas últimas es la de Dios (“res infinita”) el “resorte” que va a permitir el avance de su sistema, en tanto va a garantizar la fiabilidad de cuanto concibo de forma clara y distinta, en la medida en que un defecto de la razón implicaría un inconcebible defecto divino.

La realidad material es asumida en su sistema a partir de la cualidad que se presenta más evidente a la razón: la extensión. En consecuencia, hay que afirmar la existencia de dos formas distintas de realidad finita, dos sustancias: la “res cogitans” (pensamiento, ideas, ...) y la “res extensa” (materia). Ese dualismo es planteado tan radicalmente que la interacción alma-cuerpo queda sin una explicación concluyente, pese a que Descartes la remite a la “glándula pineal”.

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