miércoles, 9 de febrero de 2022

RENÉ DESCARTES: Resumen de la 3ª meditación de sus MEDITACIONES METAFÍSICAS

Descartes parte de la atención a su propia interioridad para poder afirmar de sí mismo que es una realidad que piensa, por lo que se pregunta qué grado de certeza puede alcanzar. Ante esta duda, generaliza que toda certeza exige claridad y distinción, y como el pensamiento es claro y distinto, es verdad. Afirma que estaba engañado cuando pensaba que había elementos externos (sensibles) a él de los que procedían ideas idénticas en su pensamiento, y afirma que hay verdades claras que pueden llegar a ponerse en duda. Esto lo atribuye a la potencia de Dios, que puede engañarnos, pero añade que todo lo que se ve claramente es cierto y no de otro modo que como se piensa, pues el pensamiento es lo único seguro. Por lo tanto, es imposible que yo sea nada si yo estoy pensando; mi existencia es una certeza absoluta. El autor propone examinar si realmente hay Dios y si es engañador.

A continuación divide los pensamientos en distintos géneros, para así considerar cuáles son verdaderos y cuáles erróneos.

Unos pensamientos son imágenes de cosas, es decir, ideas. Otros son el resultado de añadir a la idea la concepción que se tiene de ella, obteniendo con esto voluntades, afecciones y juicios.

Tanto de las ideas en sí mismas como de las afecciones y voluntades no se puede decir que sean falsas, pues aunque no existan en el mundo sensible no por ello es falso que yo las imagine o las sienta. Los juicios sí pueden llevar a error, ya que se puede pensar que ideas que están en mí están también en el exterior. Estas ideas pueden haber nacido conmigo (ideas innatas), otras parecen venir de fuera (ideas adventicias)o estar inventadas por uno mismo (ideas facticias).

¿Por qué creemos recibir ideas de objetos exteriores?. Porque es lo que parece enseñar la naturaleza y lo más razonable. Tenemos una cierta inclinación que nos lleva a esta creencia, si bien no tenemos ninguna facultad que nos ayude a distinguir qué es cierto y qué falso, sólo podemos fiarnos de lo que nos dicta nuestra intuición, aunque parece que tenemos una facultad para reproducir estas ideas sin estímulos externos. Somos capaces de reproducirlas autónomamente en sueños, por tanto no es necesario que, aunque tengan su causa en los objetos de fuera, vayan unidos. Otra vía para probar esto es que encontramos que las ideas, como imágenes, son diferentes. Unas representan substancias y otras sólo accidentes, teniendo las primeras más perfección, más realidad. La idea de Dios tiene más realidad que las de substancias finitas.

Es de rigor que una causa ha de tener al menos tanta realidad como su efecto, por tanto nada puede provenir de la nada, ni lo infinito de lo finito. Las ideas de todo lo que concebimos han debido ser puestas en nosotros por una causa al menos con tanta realidad como nosotros, y aunque no haya puesto en nosotros su realidad no necesita más que la del pensamiento. Puede ocurrir que una idea nazca de otra idea, pero ha de haber una idea primera que contenga toda la realidad. En caso de que esta realidad no esté en la persona, y ésta no sea la causa, se supone que no estamos solos en el mundo, y por tanto hay otra causa de esa idea. En caso contrario podría ser que no existiesen hombres ni animales ni cosas corpóreas en el mundo, y todas estas nociones fueran producto ilusorio de las ideas que concebimos. Por esto es que puede hallarse falsedad en las ideas materiales. Si son falsas, es decir, representaciones de cosas inexistentes, la luz natural o intuición me hace saber que son producto de la nada, dada mi naturaleza imperfecta. Si son verdaderas me ofrecen tan poca realidad que bien podrían ser producto mío. Muchas de estas ideas se han podido concebir a partir de la idea de nosotros mismos como cosa corpórea con distintos atributos, que hemos extrapolado al resto de ideas. Todo esto en cuanto a ideas corpóreas, pues la idea de Dios es tan superior que es imposible que una idea así provenga sólo de mí. Podemos afirmar que Dios existe puesto que nosotros al ser finitos no podríamos concebir la idea de algo infinito, y sólo un ser infinito la ha puesto en nosotros. Este infinito no se concibe como negación de lo finito, sino como una substancia con más realidad que la finita. Por otro lado no podríamos decir que no somos perfectos si no tuviéramos la idea de un ser más perfecto que nosotros para compararnos. Esta idea es verdadera aunque no comprendamos lo infinito, pues es de rigor que siendo finitos no podamos comprender una realidad muy superior.

Podría pensarse que todas las perfecciones atribuidas a Dios se encuentren en el ser humano en potencia, pero esto no se aproxima a la idea de Dios, en la que todo es acto, y aunque desarrolláramos estas capacidades nunca llegarían al punto máximo (y aun así serían imperfectas).

¿Podría la persona existir en caso de que no hubiera Dios? En ese caso, la persona podría ser autora de sí misma, pero si así fuera no dudaríamos ni desearíamos nada. Seríamos perfectos, seríamos Dios. Y en caso de habernos dado la existencia sería ridículo pensar que no nos creamos también con todos los conocimientos adquiridos. La existencia podrían darla los padres, pero es lógico pensar que una substancia necesita de una fuerza para conservarse en el tiempo después de ser creada. Al no poseer la persona ninguna facultad que le permita mantenerse en su existencia en el tiempo posterior somos conscientes de que dependemos de un ser diferente que sí la posea. Podría no ser Dios, pero esto no es posible ya que hemos puntualizado antes que en la causa debe haber tanta realidad como en el efecto, por tanto ha de ser un ser pensante, con todas las perfecciones, capaz de ser su propia causa y origen. Por esto ha de ser Dios. Si se toma su causa de otra cosa, ésta la tomará de otra, y la última causa será Dios. Tampoco podemos pensar en que causas separadas, pues entonces la idea de Dios como perfección unitaria y simple no habría sido puesta en nosotros.

Concluimos entonces que la idea de Dios no viene de los sentidos ni es un producto de nuestra imaginación, sino que ha nacido con nosotros, como un sello del creador, que nos ha hecho a su imagen y semejanza pues somos capaces de percibirnos a nosotros mismos, y Dios es símbolo de las cosas a las que aspiramos y de todas nuestras ideas en potencia, sólo que Él las posee de un modo infinito y en acto. Si Dios no existiera realmente sería imposible que nuestra naturaleza fuera tal cual es.

(Resumen elaborado por Juan José Negrete Solana)

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