miércoles, 9 de febrero de 2022

EL PROBLEMA DE DIOS EN DESCARTES

El problema del conocimiento en Descartes es indisociable del problema de Dios, en tanto que el Dios que aparece en sus “Meditaciones” fundamenta la verdad de nuestras intuiciones. Sólo aceptando la existencia de un Dios racional puede la mente puede razonar con verdad y no caer en el error.

Pero las dificultades son muchas para demostrar la existencia de Dios, porque Descartes, si quiere ser consecuente con su sistema, no puede "demostrar" a Dios recurriendo a la experiencia sensible (como había hecho Tomás de Aquino), pues de ella se puede dudar, como de la existencia del mundo. En lo único en que podemos basarnos es en nuestro propio yo pensante. Hay que demostrar la existencia de Dios por una intuición, semejante a la del cogito.

Profundizando en el yo pensante, Descartes considera las ideas. De todas ellas se pregunta su origen, es decir, ¿las ha producido este mismo yo pensante? Y se topa con una idea, la única, que no puede haber producido el yo, la idea de Dios. Su "demostración" se basa en que el yo no concibe cómo ha surgido en él la idea de Dios, mientras que de todas las demás se puede imaginar que haya surgido del yo. La prueba se basa, pues, en la intuición de que la idea de Dios no procede de uno mismo. Ha sido puesta, como una idea innata, en el yo pensante por Dios. Por lo tanto, al exigirse tanta realidad en la causa como en el efecto, la idea de Dios proviene de la realidad de Dios, luego Dios existe.

Descartes considera tres pruebas de la existencia de Dios, dos en aplicación del principio de causalidad y la última por el análisis de la idea de perfección. Las dos primeras solo se distinguen en un matiz. Lo que distingue a Descartes es su punto de partida; en su filosofía el único posible es el "yo", con sus ideas, puesto que en el punto de desarrollo de su sistema en que hace acto de presencia la idea de Dios aún ignoramos si existe otra cosa, por lo que el problema que viene Dios a solucionar es el del solipsismo (el supuesto de que solo existe una conciencia pensante en el Universo, la mía):

1ª prueba: Tenemos la idea de un ser perfecto por el solo hecho de darnos cuenta de que es imperfecto dudar. ¿De dónde proviene esa idea? No de mí, porque en la causa debe haber al menos tanta realidad como en el efecto. Por tanto, la causa de la idea de perfección no puede ser otra que el mismo ser perfecto.

2ª prueba: Soy imperfecto, puesto que dudo, pero tengo la idea de perfección. Por consiguiente, la poca perfección que poseo no proviene de mí, ya que, si así fuera, yo sería capaz de darme todas las perfecciones posibles. En consecuencia, yo dependo de una causa que posee por sí misma toda perfección.

3ª prueba: Se retoma el argumento ontológico de San Anselmo ("Proslogion", siglo IX) como una ampliación del argumento que me ha dado la existencia del yo. Su punto de aplicación es la idea del ser perfecto, en la que está comprendida la existencia del mismo ser, puesto que la existencia es la primera de las perfecciones y sería contradictorio negar la existencia de dicho ser (el ser perfecto no sería perfecto).

La base del argumento de Descartes es una idea innata, que, en el fondo, no es otra cosa que una intuición confusa de la esencia divina. Desde esta perspectiva se podría pensar que el argumento es válido, puesto que consiste solo en esclarecer un conocimiento que ya se tenía. No es una prueba, una demostración, pero es que ésta en el planteamiento de Descartes no se necesita, puesto que se tiene ya una intuición. Por tanto, el argumento es válido si se da como el desarrollo de una idea, pero en cuanto a saber si tenemos una idea innata de Dios, ésa es otra cuestión, y es de temer que la respuesta sea negativa.

Dios, caracterizado en la visión de Descartes por su causalidad y veracidad, se erige ahora en el garante de la verdad de nuestros razonamientos. Como Dios no puede engañar, porque supone defecto, la luz natural de la razón es recta, puesto que ha sido creada por Dios. La veracidad divina garantiza el valor de las ideas claras y distintas: lo que concibo claramente es tal como me lo presento. Queda así fundado el criterio de evidencia: “No es posible que me engañe en lo que parece evidente, porque el error provendría de Dios”.

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