sábado, 10 de diciembre de 2022

EL TIEMPO CIRCULAR

Toda madre sabe que trae al mundo un hijo destinado a morir.

El instinto, la costumbre o la irreflexión se imponen a esa condena para no detener el ritmo regular de las generaciones.

Si la vida merece ser vivida o no, solo puede decirlo cada uno de sus protagonistas, y solo cabe hacer ese balance cuando la perspectiva que tiene es completa, y nada hay que añadir, salvo la lucidez, y nada hay que restar, salvo la esperanza.

Dicen que en el instante de la muerte la mente despliega ante la conciencia el relato minucioso de todo lo vivido, y el moribundo recapitula su existencia pasada como si hubiera rebobinado la cinta de la misma, y el botón “PLAY” fuera de nuevo pulsado.

Asiste a su propia vida desde la incierta posición del espectador que no puede influir en la trama, porque ésta ha sucedido ya. Así que solo queda esperar que la película merezca la pena y su fuerza dramática suspenda toda incredulidad, y el espectador pueda perderse en la ilusión que se le propone y disfrutar de una historia a la que no puede ser menos ajeno.

Tal creencia es uno de los argumentos aducidos por el paciente profesor que en clase de metafísica explicaba la doctrina del eterno retorno a sus alumnos, entre ellos una versión más joven de mí, en la que ya casi no me reconozco.

Recuerdo mi indolencia de aquella somnolienta mañana, mi desgana mientras escuchaba como una letanía su monótona prosodia.

Recuerdo el hilo deshilvanado de mis pensamientos.

Recuerdo los venerables nombres que prestigiaban las citas que mi profesor hacía, citas que, sin embargo, he olvidado.

Recuerdo vagamente el argumento que cifraba la posibilidad de un tiempo circular en el hecho de que, estando el universo compuesto de un número finito de átomos, no es capaz de un número infinito de permutaciones, lo que obliga a la historia a repetirse infinitas veces.

Recuerdo la refutación del argumento en base a un universo infinito, como el que postuló Giordano Bruno, “rigurosamente capaz -la cita es de Borges- de un número infinito de combinaciones” … lo que vence la necesidad de un regreso cíclico.

Recuerdo la extraña frase que justo en ese momento resonó en mi cabeza, como brotando del nebuloso fondo de mis pensamientos: “Queda su mera posibilidad, computable en cero”. Apenas intuí esa afirmación, el profesor la pronunció en voz alta.

Recuerdo mi sobresalto y la clara impresión de haber anticipado un hecho impredecible, no por nimio menos significativo.

Recuerdo haberme dicho: “Ya he vivido este momento”, y el vértigo de sentirme apartado del fluir consciente del tiempo, como en un sueño.

Recuerdo que esa noche desperté muchas veces, todas ellas devuelto por el insomnio a la tranquilizadora cotidianeidad de mi cuarto, todas menos una en que el escenario de mi despertar fue una fría y recargada habitación de hospital, donde sólo podía mover de mi cuerpo entumecido y entubado los ojos acuosos de un viejo, y la mano que se les presentó crispada y arrugada.

Comprendo con horror que esa es ya mi única realidad, que mi mente revive, una y otra vez, lo que para mi cuerpo no es sino el pasado al que me aferro, y que durante ciclos repetidos en un número inimaginable mi vida llega al instante de la muerte y vuelve a recomenzar, una, y otra, y otra vez.

Arrancado el piadoso velo de mi ignorancia, comprendo que no vivo, sino que recuerdo, y que todo ha sucedido ya.

(JM)

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