sábado, 10 de diciembre de 2022

KANT: Resumen del prólogo a la 2ª Edición de la "Crítica de la Razón Pura"

El autor comienza esta obra distinguiendo entre lo que es ciencia y lo que no; para ello establece unos requisitos necesarios que deben ser cumplidos por cualquier ciencia; son: el progreso (si tiene éxito y avanza), y la unanimidad (que exista un acuerdo entre las personas que se dedican a ello; muestra de objetividad). De no cumplir estas condiciones hablaríamos tan solo de un “intento”. Como ejemplo de ciencia presenta la lógica (formulada por Aristóteles), puesto que ésta “no ha tenido que dar un paso atrás […], aunque tampoco hasta ahora ha podido dar un paso adelante”, con esto Kant quiere decir que la lógica se halla completa y concluída. La lógica no es una ciencia que estudie determinados objetos, sino que es una ciencia que “demuestra estrictamente las reglas formales de todo pensar”, lo que es lo mismo que decir que es la base sobre la cual van a construirse todos los conocimientos humanos: es el instrumento (“propedéutico”) de las ciencias para razonar correctamente, ya que toda ciencia (conocimiento riguroso y objetivo) debe ser lógica (“debe caber dentro de la lógica”).

Una vez establecido el “camino” que deben seguir las ciencias, y haber establecido que la lógica es “el vestíbulo” de todas éstas; Kant pasa a diferenciar el conocimiento teórico de la razón del práctico. Kant entiende por razón pura aquello que “determina el objeto a priori”, es decir, que equivale a lo “apriorístico”; puesto que sin utilizar ningún elemento sensible (empírico) va a limitar la experiencia humana (hace posible que la experiencia humana se produzca tal y como se produce, dando lugar al conocimiento científico). En cuanto al conocimiento, un conocimiento es teórico si solo trata de determinar el concepto de un objeto; en cambio es práctico si trata de hacer real dicho objeto. Dentro del conocimiento teórico se distinguen la matemática y la física, ya que en ambas se determinan los objetos de estudio a priori. Sin embargo, al igual que la matemática determina el objeto totalmente, la física lo hace solo parcialmente, puesto que también debe basarse en la experiencia. La matemática, ciencia exacta, es una ciencia pura, puesto que el conocimiento matemático no procede del objeto (experiencia), sino que procede del sujeto, que mediante conceptos a priori construye el objeto con sus propiedades matemáticas (pone como ejemplo a Tales, quien pensó y estableció a priori las propiedades del triangulo isósceles). En cambio la física no ha sido una ciencia exacta desde sus orígenes, es ciencia desde el momento en el que “la razón es un juez autorizado, que obliga a los testigos (naturaleza) a contestar a las preguntas que les hace”. Primero la observación, luego la formulación de una hipótesis y por último, la experimentación, en función cuyos resultados podremos o no establecer leyes o principios (necesarios).

Para Kant, la metafísica, el más antiguo de los saberes, y seguramente el que más vida tendrá (por su carácter atemporal) no es una ciencia, ya que no cumple los requisitos (comentados al principio) que aquella debe cumplir; puesto que no progresa (continuamente deben deshacerse los pasos andados), y no hay unanimidad entre quienes la practican.

Frente a este problema de la metafísica, Kant se plantea aplicar un nuevo método que la permita constituirse en ciencia; pues observa que un cambio del método de la matemática y la física han hecho de ellas ciencias. Para ello, comienza haciendo una crítica a los filósofos que le precedieron, y al hacerlo, encuentra en ellos el error de haber considerado al objeto como el que rige todo conocimiento, y que, por tanto, todo conocimiento se reduce a la experiencia; todo está basado en datos empíricos (contingentes), haciendo imposible la existencia de verdades universales y eternas, planteamiento que resulta incompatible con la idea del conocimiento a priori. Kant propone lo contrario, propone que sea el sujeto quien determine el conocimiento: la mente establece conceptos a priori por los que tienen que regirse todos los objetos. Este nuevo y revolucionario cambio es comparado por el propio autor con el giro copernicano (de Copérnico, quien propone la sustitución del geocentrismo por el heliocentrismo), que hizo posible el progreso de la astronomía. A este nuevo método se le denomina método transcendental.

Una vez propuesto el giro copernicano, Kant intenta dotar a la metafísica de rigor científico para que progrese. Para ello, se propone ampliar su dominio a la esfera de lo práctico. De modo que, como ya hemos dicho, nuestra facultad de intución establece conceptos a priori, cuyos objetos correspondientes pueden darse en conformidad con la experiencia. Con este paso la metafísica comenzaría “la marcha segura de una ciencia”. El segundo paso consistiría en encontrar esos conceptos (establecidos a priori) en el objeto sensible, es decir en la experiencia. Es aquí donde encontramos el problema de la metafísica, pues es sabido que la metafísica trata de lo extracorpóreo (suprasensible), aquello de lo que no cabe experiencia sensible y que, por tanto, está fuera de los límites de lo empírico. Esto que nos obliga a sobrepasar los límites de la experiencia es lo que Kant llama lo “incondicionado”, incondicionado puesto que no puede ser conocido (es noúmeno), ya que no se corresponde con ningún material sensible, y por tanto depende únicamente de nuestra representación (de ahí que haya habido tantas discordancias en la metafísica). Tras haber establecido el método, Kant hace una síntesis de las ventajas que éste ha supuesto para la metafísica, pues gracias a él aparece una metafísica consciente del alcance limitado de nuestro conocimiento (“puede y debe medir su propia facultad”), (“puede comprender enteramente el campo de los conocimientos a ella pertenecientes, y terminar por tanto su obra”).

La crítica de la razón pura tiene una utilidad negativa y otra positiva; negativa porque no nos permite sobrepasar los límites de la experiencia (limita nuestro conocimiento a la experiencia); y positiva porque aparece un uso práctico de la razón (el moral), el cual amplía inevitablemente los límites de la sensibilidad.

A continuación hace una breve distinción entre fenómeno (objetos condicionados por el tiempo y el espacio), que puede ser conocido, puesto que podemos encontrarlo en la experiencia; y de “noúmeno” (cosa en sí misma), que es aquello que no tiene representación sensible, y por tanto no puede ser conocido, pero sí pensado. En el caso de no existir esta distinción (que todo fuese fenómeno), entonces podría decirse que no existe la libertad humana, puesto que todo estaría determinado por el principio de la causalidad; apareciendo una clara contradicción con el hecho moral, ya que el hombre tienen voluntad. Ahora bien, si afirmamos la existencia del objeto en estas dos “significaciones”: como fenómeno y como cosa en sí misma (noúmeno), entonces la contradicción desaparece, pues ahora el principio de causalidad afecta únicamente al fenómeno, cuerpo (referido al hombre), que carece de libertad; en cambio, el objeto como cosa en sí misma (alma, el ser inteligente) no está sometido a este principio y por tanto es libre. Y aunque los conceptos de alma y de libertad sean incognoscibles debido a nuestras limitaciones, si podemos, en cambio, pensar su existencia.

En el caso de que pudiese demostrarse que la libertad no existe, entonces la moral tampoco existiría (ya que ésta necesita de la libertad), puesto que como hemos dicho antes, todo quedaría determinado por la mecánica natural, y cualquier intento de regular el comportamiento humano sería inútil. Sin embargo, como hemos dicho, la existencia de cualquier concepto metafísico (como el de libertad) no puede ser negada ni afirmada; pero sí podemos suponer que la libertad existe, para así poder establecer una moral.
Este mismo argumento puede ser utilizado para el concepto de Dios y de alma, que como han sobrepasado esos límites de la experiencia y de nuestro conocimiento, no pueden ser conocidos, pero eso no demuestra que no existan; al ser posibles (y sin que impliquen contradicción) puede ampliarse la razón práctica, por medio de la fe (no dogmática). “Tuve pues que anular el saber, para reservar un sitio a la fe”.

La obra finaliza con la crítica de Kant hacia el dogmatismo, cuyo principal error ha sido el desconocimiento de los límites del conocimiento. Y hacia el escepticismo, que, al contrario, niega la existencia de Dios, del alma… objetos suprasensibles pero necesarios para la acción moral. Así pues, Kant se sitúa entre estas dos posturas, puesto que la existencia de estos objetos no puede ser nunca demostrada; pero son sin embargo creencias naturales en el hombre, son como hipótesis (sin posibilidad de ser demostradas) connaturales a nosotros.

(resumen realizado por Andrea Siguero)

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