sábado, 10 de diciembre de 2022

NIETZSCHE: 1er MODELO DE RESPUESTA A LA CUESTIÓN 1 DEL EXAMEN DE SELECTIVIDAD

En cuanto a esta actitud, “el hombre contra el mundo”, el hombre como principio “negador del mundo”, el hombre como medida de valor de las cosas, como juez del universo que llega a poner la vida misma en el platillo de su balanza y la calcula demasiado liviana; pues bien, hemos tomado conciencia del prodigioso mal gusto que supone toda esta actitud y nos repugna. Por eso nos reímos en cuanto vemos al “hombre y al mundo”, puestos uno al lado del otro, separados por la sublime pretensión de la partícula “y”. Pero, ¿qué sucede? Al reírnos, ¿no habremos dado un paso de más en el desprecio del hombre y, por consiguiente, también en el pesimismo, en el desprecio de la existencia que nos es cognoscible? ¿No habríamos caído por ello mismo en la sospecha de una contradicción, de la contradicción entre este mundo donde hasta ahora teníamos la sensación de estar en casa con nuestras veneraciones – veneraciones en virtud de las cuales tal vez soportábamos la vida–, y un mundo que no es otro que nosotros mismos? Habríamos caído, así, en la sospecha inexorable, extrema, definitiva respecto a nosotros mismos; sospecha que ejerce de forma cada vez más cruel su dominio sobre los europeos y que podría fácilmente poner a las generaciones futuras ante esta espantosa alternativa: “¡O suprimen sus veneraciones, o se suprimen ustedes mismos!”

(Friedrich Nietzsche: La gaya ciencia, libro 5º, 346)

Nietzsche presenta en este párrafo una crítica implacable a la condición del hombre como “animal que venera”, como ser que contrapone su propia realidad a la de un mundo del que foma parte, pero respecto al cual pretende erigirse en contrario. El hombre, en la medida en que se autoexcluye de la vida, pretende erigirse en amo y juez de la misma, lo que no puede sino conducirle a su autoaniquilación: negar la vida es negar nuestra única realidad; el desprecio de la existencia es el desprecio de lo que nos constituye, por lo que solo cabe al filósofo ponernos ante la absurda y suicida disyuntiva que occidente ha construído: “¡O suprimen sus veneraciones, o se suprimen ustedes mismos!” (líneas 15 - 16).

El ser humano, “medida del valor de las cosas” (línea 2) como quería Protágoras, no es solo un ser que ha sobreestimado su propio valor, sino que desvalorizado una realidad de la que interesadamente se excluye, convirtiéndose en “negador del mundo” (líneas 1 - 2), enemigo del único espacio-tiempo que puede habitar, juez cuya sentencia condena una vida que considera “demasiado liviana” (línea 3). Esta condena no puede sino provocar rechazo en un espíritu libre: “… hemos tomado conciencia del prodigioso mal gusto que supone toda esta actitud, y nos repugna” (líneas 4 - 5).

La ficticia separación entre hombre y mundo -sobre la que Nietzsche ironiza al considerar la inmensa carga semántica depositada sobre la conjunción “y” (línea 6)- es ridícula en su pretenciosidad. Pero, a la vez, su refutación puede conducir, por un camino opuesto al denunciado -pero igual de implacable-, a la desvalorización del hombre. “¿No habríamos caído por ello mismo en la sospecha de una contradicción, de la contradicción entre este mundo donde hasta ahora teníamos la sensación de estar en casa con nuestras veneraciones …, y un mundo que no es otro que nosotros mismos?” (líneas 9 - 12). El hombre, tanto si niega la realidad, transfigurándola mediante sus creencias -esas “veneraciones en virtud de las cuales soportábamos la vida” (líneas 11 - 12)-, como si secunda sus impulsos escépticos, acaba por parecer risible, pero con una risa que al final se nos hiela: aumentar -ficticiamente- nuestro valor a costa del mundo, o aumentar el valor del mundo a costa de minusvalorarnos son dos modos de proceder que, al final, nos abocan a idéntico pesimismo.

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