domingo, 3 de octubre de 2021

EVANGELIO SEGÚN EL TESTIMONIO DE JUAN, I, 1 – 18














En el principio existía el “logos” (la Palabra),
y la Palabra estaba en Dios,
y la Palabra era Dios.
Todas las cosas fueron hechas por medio de Ella,
y sin Ella no se hizo nada de cuanto llegó a existir.
En Ella estaba la vida,
y la vida era la Luz de los hombres.
La Luz resplandece en las tinieblas,
y las tinieblas no la acogieron.

Vino al mundo un hombre enviado por Dios,
cuyo nombre era Juan.
Vino como testigo para dar testimonio de la Luz,
a fin de que todos creyeran por medio de él.
Él no era la Luz,
sino el testigo de la Luz.

La Palabra era la Luz verdadera,
que con su venida al mundo ilumina a todo hombre..
Estaba en el mundo,
pero el mundo no la reconoció.
Vino a los suyos,
pero los suyos no la recibieron.

A cuantos la recibieron,
a todos aquellos que creen en su nombre,
les dio poder para ser hijos de Dios.
Éstos son los que no nacen por vía de generación humana,
porque el hombre lo desee,
sino que nacen de Dios.

La Palabra se hizo carne,
y habitó entre nosotros,
y hemos visto su gloria,
la gloria propia del Hijo único del Padre,
lleno de gracia y de verdad.
Juan dio testimonio de Él, proclamando:
Este es aquél de quien yo dije
“El que viene detrás de mí
ha sido colocado delante de mí,
porque existía antes que yo”.
De su plenitud todos hemos recibido la gracia;
porque la ley fue dada por medio de Moisés,
pero la gracia y la verdad vinieron de Cristo Jesús.
A Dios nadie le vió jamás,
es su Hijo, que habita en Él
quien nos lo ha dado a conocer.

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